Qué tipo de literatura compartimos con nuestros niños y niñas era el tema central de la reunión con las familias que organizaron los docentes de Infantil, muy preocupados por trabajar juntos para que la literatura se integre en la vida diaria infantil. Esta inquietud está provocada por el hecho de que los cuentos, las poesías, las retahílas, etc., son discursos culturales que, al ser recreados en comunidad, modelan la identidad. Por ello es habitual que los textos y sus recomendaciones viajen de casa al aula, y viceversa, generando distintas escenas mientras todos leen para divertirse, emocionarse, conocer otros mundos posibles y reflexionar sobre todo ello.
Estas propuestas han motivado a muchas familias para elegir este centro educativo para sus hijos e hijas. Entre ellas, la de dos hermanos, Ana y Juan, de 5 y 3 años respectivamente, cuyo padre fue muy activo en dicha reunión cuando todos los asistentes comentaban qué libros de literatura infantil conocían, qué cuentos recordaban de cuando eran pequeños y cuáles de ellos habían vuelto a leer o a contar a sus hijos e hijas. En este contexto, surgieron muchos comentarios señalando la sorpresa ante algunos encuentros que últimamente habían tenido sus hijos con la literatura: “Me impacta que un grupo de Infantil pueda seguir la lectura de un texto largo y con varios episodios”, decían unos, mientras otros enfatizaban que nunca habían imaginado que pudiesen preguntarle a sus respectivos hijos qué había pasado en algún capítulo de la novela que estaban leyendo en clase (El nuevo Pinocho, de Christine Nöstlinger con ilustraciones de Antonio Saura, una nueva versión de las aventuras del clásico de Carlo Collodi) y que fueran capaces de explicar en qué momento dejaron el relato o cómo avanza el argumento estableciendo ciertas relaciones con los sucesos presentados en capítulos anteriores. La posibilidad de que este grupo infantil se interese por leer un relato extenso, al estilo de una novela, no la tenían contemplada. ¡Qué sorpresa! Incluso el papá de Ana y Juan confesaba que no había imaginado que, mientras la niña (5 años) relataba escenas de esa obra, su hermano (3 años) evocara nombres de personajes y acciones presentes en relatos anteriores, pues está muy atento cuando comenta su hermana el libro.
Este contexto ofrecía una buena oportunidad para que la docente les explicara que el secreto estaba en la forma de leer y de comentar lo leído, y en su participación para buscar detalles y curiosidades. “Cuando detenemos la lectura para continuarla en otro momento, es habitual que no haya acuerdo respecto a dónde hay que dejar de leer, porque siempre quieren seguir un poco más —comenta la docente—. Y, al día siguiente, cuando les pregunto en qué momento dejamos la historia, se acuerdan perfectamente”. Tanto fue el entusiasmo que los padres experimentaron en torno a esta propuesta que sugirieron continuarla en las casas, contando con el asesoramiento de los docentes, y comentar entre ellos los avances al respecto. “Sí —sugiere una madre—, podríamos leer Aladino, que es un cuento largo y tiene varios episodios”. “Es muy similar a la lectura de una novela”, acota otro padre. “¿Es conveniente reconstruir los episodios anteriores antes de iniciar la lectura de los siguientes para que ellos recuperen el hilo argumental?”, consulta un padre. “Sí”, contestan al unísono mientras alguien ya estaba buscado una pequeña escena en una adaptación de Aladino para que sirviera de inicio pensando que luego podrían leer hacia adelante o hacia atrás hasta encontrar un hilo que les interesara: “¡Madre!, creo que ha llegado el momento de utilizar otra vez la lámpara maravillosa, estoy enamorado de la princesa y al ser tan pobre es seguro que el rey no me aceptaría” (fragmento de “Aladino”, una de las historias de origen sirio de Las mil y una noches).
